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¿Sabías que, en 2016, Barcelona fue la 12ª ciudad más visitada del mundo y la tercera de Europa solo superada por Londres y París?

No es sorprendente que en esta ciudad haya una gran turismofobia. Ese fenómeno es generado por el montón de turistas que cada año visita este lugar conocido como la ciudad de Gaudí y que, inevitablemente, va a romper su equilibrio y capacidad de gestión, ya que visitantes y población local comparten recursos limitados y el mismo espacio público.

 

 

A pesar de que el 86,7 % de ciudadanos considera que el turismo es beneficioso para la economía, casi la mitad cree que se está llegando al límite.
Por eso, el turismo ha llegado a ser la preocupación más importante en la ciudad de Barcelona. Hace algunos años era irrelevante, pero ahora se ha casi cuadruplicado: en junio de 2015 las encuestas revelaban que el turismo preocupaba a un 5,3 % de la población y ahora ha pasado a un 19 %.

La industria turística ha vivido un boom: España ha llegado a superar los 75 millones anuales de visitantes. En cinco años, el turismo internacional ha crecido más de un 30 %.
Simultáneamente, ha aparecido y se ha extendido la turismofobia: en Barcelona literalmente casi no se puede andar por la calle y cerca de la Sagrada Familia, además hay problemas de convivencia entre visitantes y ciudadanos (se ha llegado a denunciar a turistas que jugaban al fútbol en pisos) y el incremento de viviendas turísticas ha causado el aumento del alquiler para residentes, ya bastante caro.

 

 

En los últimos seis meses este último indicador ha pasado del 3,4 % al 6,1 % de respuestas sobre cuál es el problema más grave de la ciudad.
El aumento del precio de los alquileres, provocado por el interés de muchos propietarios en convertir sus inmuebles en viviendas vacacionales, está obligando a muchos ciudadanos a irse a vivir a otras zonas con menos presión turística.
Ese fenómeno se llama turistificación, o sea, el impacto que tiene para el residente de una ciudad el hecho de que los servicios y comercios se orienten y conciban pensando más en el turista que en el ciudadano que vive allí permanentemente.
Además, la mayoría de ciudadanos lamenta que hoy en día es muy difícil encontrar comercios o restaurantes tradicionales en sus barrios y se queja de la falta de educación de algunos turistas.

 

En Barcelona viven 1,6 millones de personas y, solo en 2016, más de 32 millones de turistas han visitado la ciudad. En el mismo año en Airbnb, la famosa página web para encontrar alojamiento en el extranjero, han sido publicados 23.000 anuncios en Barcelona, también por parte de personas que no tienen licencia turística, que en Cataluña es obligatoria incluso para alquilar una habitación.
Por eso, en agosto de 2016, el Ayuntamiento pidió a los vecinos de Barcelona que denuncien los pisos turísticos ilegales y la ciudad cuenta ahora con un grupo de inspectores que se dedican a comprobar que los que alquilan sus viviendas a turistas tienen licencia.

 

 

En enero, el Ayuntamiento de Barcelona aprobó un plan que prevé la instalación de nuevos hoteles no en las zonas más turísticas de la ciudad sino en áreas más alejadas del centro, para tratar de distribuir a los visitantes por toda la ciudad.
Se está intentando evitar que Barcelona padezca el famoso síndrome de Venecia.
Este término viene del documental de 2012 Síndrome de Venecia de Andreas Pichler que cuenta la historia del turismo depredador que sufre la ciudad italiana.
Además, Venecia sufre un problema que también padece Barcelona, la llegada masiva de cruceros, que no solo arruinan el impacto visual de la ciudad, sino que también causan daños al frágil patrimonio histórico con el oleaje provocado por los cruceros.

Aunque el gran número de turistas aporte beneficio a la ciudad de Barcelona, quizá este turismo de masas es más un factor de destrucción que de beneficio.

Giorgia Trentini


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